A MIS HERMANOS
KARL Y (JOHANN)[2] BEETHOVEN
¡Oh vosotros, hombres que me consideráis lleno de odio, loco o misántropo, cuán injustos sois conmigo! ¡Vosotros no sabéis la razón oculta de que os parezca así! Desde mi infancia, mi alma y mi corazón se inclinaron siempre al dulce sentimiento de la bondad. E incluso, siempre estuve dispuesto a realizar las más grandes acciones. Pero daos cuenta de mi terrible estado desde hace seis años, empeorado por médicos sin discernimiento, engañado año tras año, con la esperanza de mejorar para, al final, tener que admitir perspectivas de una enfermedad crónica, cuya curación requerirá años si es que no es completamente imposible. Siendo por naturaleza de temperamento activo y apasionado, incluso aficionado a la vida de sociedad, hube de apartarme de los hombres desde muy pronto, para hacer una vida solitaria. Y cuando alguna vez he tratado de superar todo esto, ¡cuán duramente me tropezaba con la triste y renovada esperanza de mi defecto! Y, sin embargo, no podía decir a los hombres: «¡Habladme más alto, gritad; soy sordo!»¿Cómo hubiera podido revelar la debilidad de un sentido, que debiera ser en mí más perfecto que en nadie, un sentido que yo he poseído antaño en toda su plenitud, con la perfección que indudablemente pocos de mi profesión han tenido? ¡Esto no puedo soportarlo! Por lo tanto perdonadme si vivo apartado, cuando quisiera estar en vuestra compañía. Mi desgracia es doblemente penosa, puesto que a ella le debo que se me juzgue mal. Me está vedado encontrar alivio en la sociedad, en las conversaciones apacibles, en las mutuas efusiones. Solo, completamente solo, no puedo aventurarme en el mundo sino cuando me lo exige una necesidad imperiosa. He de vivir como un proscrito. Si me acerco a un grupo, me sobrecoge el temor de que puedan darse cuenta de mi estado. Esta es la razón de los seis meses que acabo de pasar en el campo. Mi competente médico me recomendó que cuidara mi oído todo lo posible; con ello no hizo más que ajustarse a mis propios deseos. Y, sin embargo, muchas veces me he dejado arrastrar por mi afición a la conversación. Pero, ¡Que humillación cuando había alguien a mi lado que oía una flauta lejana y yo no oía nada, o cuando el otro oía cantar al pastor y yo tampoco podía oírlo! [3]Cosas como estas me sumían en la desesperación y poco faltó para que yo mismo me quitara la vida. Es el Arte, sólo el arte, lo que me ha contenido. Me parecía imposible dejar este mundo sin realizar todo aquello que yo comprendía que me había sido encomendado. Y así prolongaba esta vida miserable¾verdaderamente miserable¾y este cuerpo mío tan irritable, que a la menor mudanza puede hacerme pasar de la felicidad a la desesperación. ¡Paciencia! Así se dice, y la paciencia es lo que ha de servirme ahora de guía. La tengo. Espero que mi propósito de resistir hasta que las Parcas inexorables quieran cortar el hilo de mi vida sea duradero.
¡Dios mío, Tú que penetras desde tu altura en el fondo de mi corazón, Tú le conoces y sabes que esta henchido de amor hacia los hombres y de deseo de hacer el bien! Sabed, hombres, si algún día leéis esto que habéis sido injustos conmigo. Y que el desventurado se consuela al encontrar otro tan desdichado como él, que a pesar de todos los obstáculos de la naturaleza, ha hecho, sin embargo, cuanto estaba a su alcance para ser admitido en la filas de los artistas y de los hombres escogidos.
En cuanto a vosotros Karl, y (Johann), hermanos míos, tan pronto como yo muera, y si el profesor Schmidt vive todavía, rogadle en mi nombre que describa mi enfermedad y unid el historial a esta carta para que, después de mi muerte, el mundo se reconcilie conmigo en la medida de lo posible.
Al mismo tiempo, os nombro a ambos herederos de mi pequeña fortuna (si es que se puede llamar así). Compartirla honradamente, estad siempre unidos y ayudaos uno a otro. Ya sabéis que os he perdonado hace mucho tiempo el daño que hayáis podido hacerme. A ti, Karl, te estoy especialmente agradecido por el afecto que me has mostrado en estos últimos tiempos. Mi deseo es que vuestra vida sea feliz y libre de preocupaciones que la mía. Recomendad a vuestros hijos que sean virtuosos; solo la virtud me ha sostenido en mi miseria, y a ella, y a mi arte, les debo no haberme suicidado. Quedad con Dios y amadlo. Mi agradecimiento a todos mis amigos, en particular al príncipe Lichonwski y al profesor Schmidt. Quisiera que los instrumentos del príncipe L. pudiesen ser conservados por alguno de vosotros, pero que no haya desavenencias entre vosotros por este motivo. Si puede serviros de algo, mejor vendedlos inmediatamente. Seré sumamente feliz si hasta en la misma tumba puedo serviros para algo. Siendo así, voy con alegría al encuentro de la muerte. Si esta viene antes de que haya podido desarrollar toda mi capacidad artística es que viene demasiado pronto para mí, y, a pesar de mi triste destino quisiera retrasarla. Pero aún así, estoy contento. ¿Acaso no me redime de un sufrimiento continuo? Ven cuando lo desees, salgo valerosamente a tu encuentro. Quedad con Dios, y no me olvidéis del todo cuando muera; merezco que os acordéis de mí porque durante toda mi vida he pensado mucho en vosotros, para haceros dichosos… ¡Así lo seáis!
LUDWING VAN BEETHOVEN
Heiligenstadt, 6 de octubre de 1802
[1]Heiligenstadt, es un barrio de Viena en el que Beethoven pasaba entonces una temporada.
[2] El nombre ha sido olvidado en el manuscrito.
N.B. Las palabras en cursiva están subrayadas en el manuscrito.
[3] A propósito de esta queja dolorosa, quisiera hacer una observación que, según creo, no se ha señalado nunca. Es sabido que al final del segundo tiempo de la Sinfonía Pastoral, la orquesta imita el canto del ruiseñor, del cuco y de la codorniz; incluso puede decirse que toda la sinfonía está urdida con canciones y murmullos de la Naturaleza. Los estéticos han discutido mucho sobre si se debían aceptar o no estos ensayos de música imitativa. Ninguno se ha percatado de que Beethoven no imitaba nada, puesto que nada oía; volvía a crear en su espíritu un mundo que ya estaba muerto para él. Esto es lo que hace tan conmovedora esta evocación de los pájaros. La única manera que le quedaba de oírlos era haciéndolos cantar dentro de sí mismo. (Romain Rolland-1915)